Santiago. Tinte 9

Arquitectura antigua. Dimensión pequeña. Cuidado: Ana Muñoz Fimia. Participó en el concurso en 2022 por 37ª vez desde 1985. Máximo premio: Mención de honor en 2016

A lunes, 30 de enero del 2023, por A. P.

La pequeña Ani sube las escaleras hacia la azotea peldaño a peldaño sosteniendo una cubeta de agua con ambas manos. Es la única niña de una casa de vecinos ubicada muy cerca de la Mezquita a la que la casera, su abuela María, le permite acceder a ese jardín de las alturas que tiene como suelo una inmensidad de plantas repartidas en pocos tiestos y –el dinero no da para más- en numerosas latas. “Hay que ver, Ángela, qué buena mano tiene Ani con las flores”, le dice María a la madre de la niña, mientras se arrodilla con ella para plantar algún ejemplar que sumar a ese pequeño vergel o para mimar a otro ser de vida vegetal que está algo pachucho.

Tinte 9 / Foto: Chencho Martínez

Todavía, tras el paso inexorable de los años, Ani –ahora Ana (Muñoz Fimia)– continúa hincándose de rodillas, tal y como lo hacía con su abuela, a la hora de cuidar las plantas en su actual residencia, el número 9 de la calle Tinte, casa que también fue de vecinos, que compró su cuñado Antonio (Mantero) y en la que ha vivido con sus padres –Manuel y Ángela- su hermana María, su cuñado y sus sobrinos. Uno de ellos, en este caso sobrina, Maribel Mantero, tiene desde los 15 años una escuela de baile español en ese inmueble cuyos orígenes se remontan “aproximadamente a 1680”. Sus alumnos son testigos del baile impresionante de plantas con el que está salpicado un patio “en el que predominan las gitanillas; visto toda la pared y las barandas de gitanillas”, explica. “Me gustan también mucho las surfinias, unas plantas de temporada que son muy bonitas; y tengo unas correas que echan unas trompetas inmensas, y un rosal de pitiminí. También me encantan las gerberas, los ciclámenes y esta hiedra que lleva conmigo años y años”, añade. No obstante, la joya floral de la corona es un híbrido entre naranjo y limonero centenario, una especie de transexual cítrico que lo mismo da naranjas que limones tras las muchas operaciones de trasplantes de injertos que ha sufrido a lo largo de los años.

Todo ello en un escenario en el que resalta el color de las macetas heredado de aquellos tiempos en los que, cerca de la Mezquita, Ani ayudaba a su abuela a pintar tiestos y latas con el “azulillo de entonces, lo que ahora llaman añil; mi abuela decía que era un repelente de mosquitos, que lo teníamos que hacer para que los bichos no estropearan las plantas”, detalla. “Creo que debo ser de las primeras que en Córdoba pintaron las macetas de azul”, insiste, “y quien empezó a llenar este patio de macetas; aún recuerdo aquellos tiempos en los que los vecinos, como aquella señora tan mayor, Consuelo, que vivía con la hija, el yerno y los nietos en una pequeña habitación, sacaban las sillas al patio para sentarse a charlar”, añade. Eran tiempos en los que ese clima de convivencia tan sólo estaba adornado por cuatro tiestos y una gran esparraguera. Cuatro tiestos que corrían peligro amenazados por los juegos de niños y niñas, como los de los cuatro hijos de una madre soltera que vivía también en una pequeña habitación de la casa, o los juegos de sus propios sobrinos. Juegos que tampoco estaban exentos de concluir con uno de los pequeños caído sobre el suelo, entonces de bolos y después de losas de barro cocido, o contra el medio escondido pozo árabe o la pila -que aún se mantienen en el inmueble-. “La pila, que está llena de fósiles, la hemos recuperado, ya que estaba muy castigada al ser utilizada para lavar las latas y material de un horno que había en una casa con la que ésta se comunicaba”, relata.

Tinte 9 / Foto: Chencho Martínez

Junto a la pila, unos pequeños recipientes de yogur hacen las veces de mini tiestos en los que las plantas crecen libres en un suspiro de tierra gracias al toque mágico que aprendió a insuflarles dulcemente la pequeña Ani de la abuela María. “Ángela, la puñetera de la Ani tiene el dedo verde; todo lo que siembra, sea donde sea, le agarra”, comentaba en aquellos tiempos ya lejanos su abuela a su madre, sin plantearse que Ana se inspiraría en sus enseñanzas y que las seguiría poniendo en práctica pasaran los años que pasaran. “La primera vez que presenté el patio al concurso municipal dejé los tiestos con su color original, pero al siguiente ya los pinté de azul, como me había enseñado mi abuela”, resalta. En este certamen, Tinte 9 ha obtenido, entre otros galardones, el primer premio, en 2005; terceros, en 2002, 2004 y 2011; un quinto, en 1988; accésits, en 1992, 1993, 1994, 1995, 1996, 1997, 1998, 2003, 2006, 2007, 2010 y 2013; y los premios a la mejor decoración natural, en 2000, y a la mejor iluminación, en 2001. Un buen puñado de reconocimientos conseguidos gracias a los mimos aprendidos por aquella niña que subía las escaleras de una pequeña azotea agarrando con dos manos una cubeta de agua para ayudar a su abuela a regar.