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Santa Marina. Marroquíes 6 - Alma de Patios

Santa Marina. Marroquíes 6

Arquitectura antigua. Dimensión grande. Cuidadores: Vecinos y comunidad de artesanos de Marroquíes 6. Participó en 2022 en el concurso por 29 vez desde 1987. Máximo premio: Mención de honor en 2014

A miércoles, 18 de enero del 2023, por A. P.

Marroquíes 6 es un trozo de la Córdoba más clásica de principios del siglo XX que ha sabido mantenerse vivo en la ciudad gracias a que su embrujo cautiva a quien contempla sus estrechas callejuelas perdidas entre un mar de flores, un embrujo que enamoró a María de los Ángeles Arquero Pardo cuando, con apenas 15 años, visitó esta tradicional y, a la vez, atípica casa de vecinos en pleno mes de mayo durante una de las ediciones de la fiesta de los patios. “Me encariñé con este patio y tuve la corazonada de que iba a acabar viviendo aquí; después se dieron las circunstancias para ello y resido en esta casa desde el año 2000”, cuenta. Mucha culpa de ese flechazo la tuvo el hecho de que se criara en un piso –un primero- que tenía un patio de luz de dimensiones considerables donde su madre montó su jardín y ella empezó a sentirse atraída por las flores. “He crecido cuidando plantas y eso ha hecho que me gusten mucho”, añade.

Ahora, las mima en Marroquíes 6, donde habita junto a su marido -Diego Peinazo Amo- y a sus tres hijos -Olmo, Yael y Violeta-, ocupando, transformadas en una sola casa, tres viviendas de la veintena –de dos habitaciones y unos 40 metros cuadrados, cada una- que componen el recinto. Sus hijos han sido las personas de menor edad que han disfrutado de este pequeño paraíso arquitectónico y floral de puertas, ventanas y finísimas columnas azules, y de suelo empedrado con cantos de río. “Mis hijos se han criado tocando la tierra, cogiendo las plantas y entrando en casa de los vecinos, que les regalaban galletas o pedazos de chocolate. Eso es algo que valoro; he apostado por permitirles crecer en este ambiente tan natural, algo que es muy difícil fuera de un lugar como éste”, resalta.

Marroquíes 6 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Olmo, Yael y Violeta han correteado libres constantemente por un recinto que mantiene museísticamente impecables, como si por ellas no hubiera pasado el tiempo, sus estancias comunes -cocinas, retretes y pilas lavadero-. Los hijos de Mari Ángeles han jugado un día sí y al otro también mientras su madre y otras vecinas, como Carmen Álvarez González, Ángela Moreno Tortosa o Josefa Calvento, se esmeraban en la limpieza del patio o el cuidado y mantenimiento de las plantas. “Normalmente, cada vecino se hace cargo de su fachada y de su parte de calle, pero también nos echamos manos”, añade Mari Ángeles. Olmo, Yael y Violeta han crecido recorriendo unas callejuelas por las que además se reparten hasta siete talleres artesanales –de cerámica, restauración de muebles antiguos, construcción de instrumentos musicales, confección de elementos a partir de cristales de Tífanis y  elaboración de remedios naturales-, y la vivienda de un peculiar modisto sastre bohemio, como el propio Juan Pérez Latorre se define. A Juan no es difícil encontrarlo en los actos más señeros de la Córdoba más popular con sombrero, encapado y con la singularidad por bandera, la misma singularidad que imprime a cada cartel anuncio que cuelga en su puerta, la número 6 del inmueble. Quien visita la casa no puede evitar pararse en la fachada de su vivienda y leer reclamos del estilo “Aquí vive un artista. Estas manos no son máquinas, son las manos del maestro sastre dispuestas a hacerle un traje a medida. No se deje vestir por una máquina” o “Qué bonito es el patio de la calle Marroquíes, con sus geranios y esas lindas alelíes. Marroquíes número 6, donde usted encontrará al Rey de la Sastrería, Juan Pérez Latorre. Vaya a ese sastre y ahorre”.

Junto a esa puerta número 6 de la sastrería, Pepa –Josefa Calvento-, una de las vecinas de mayor edad del inmueble, suele sentarse a tomar el sol. Los años acumulados no le impiden tener sus flores regadas y su parte cuidada, pero sí le imposibilitan ayudar a Mari Ángeles, Carmen y Ángela en esas tareas de mantenimiento de un recinto “que es el patio típico de geranios, gitanillas, buganvillas y claveles, aunque también hemos introducido plantas nuevas, como las aromáticas o las surfinias”, indica Ángela. Además, en este jardín de callejuejas destacan o han destacado también en algún momento las palmiras, la espina de Cristo, los aloes, las lavandas, los helechos, los narcisos, los jazmines, las esparragueras, las alegrías…y hasta los fresones o los tomates.

Marroquíes 6 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Una rica variedad floral que forma o ha formado parte del que es uno de los patios más premiados del concurso municipal, habitual ganador en el siglo XXI en la modalidad de arquitectura antigua. Entre otros galardones, Marroquíes 6 ha conseguido el primer premio, en 2000, 2006, 2007, 2010, 2012, 2013, 18 y 2021. “Los premios los invertimos en hacerle poco a poco reformas a la casa, como las obras de la red de saneamiento y el cambio del suelo de cemento por otro de bolos, que acometimos en 2013”, relata Mari Ángeles, quien coincide con Ángela y Carmen en señalar que “quienes cuidamos de esto lo hacemos por vocación, porque nos gusta”. “Además, las viviendas, por su estructura, están en unas condiciones de habitabilidad que son mejorables; por ejemplo, los tejados son muy antiguos. Este trabajo nuestro, junto a que las hemos ido acondicionando poco a poco, contribuye a mantenerlas en pie, porque vivir aquí lo compensa todo”, detalla Mari Ángeles.

Esas inversiones en forma de obras han empapado de aún más tradicionalidad a un inmueble cuyo diseño original se debe al célebre arquitecto cordobés Enrique García Sanz, y que empezó a ser habitable “en 1921, al construirse una serie de viviendas alrededor de una huerta, habitaciones que eran ocupadas por familias enteras; muchas de esas familias fueron de aquellas que emigraron del pueblo a la capital en busca de trabajo”, comenta Carmen. “En la posguerra, por ejemplo, se hicieron dos pabellones; una familia alquilaba una habitación y cuando se marchaba el vecino, alquilaba también esa habitación desocupada, ampliando de esta forma la que era su casa”, comenta, para añadir que “las últimas casas en construirse se hicieron con la estructura que se les ve ahora”. Pepa, quien se mudó a Marroquíes, 6 hace ya más de medio siglo tras casarse con Manuel Ramírez –quien ya vivía allí- recuerda aquellos tiempos “en los que, aunque las mujeres se peleaban por el uso de pilas de lavar o las cocinas, o por las cosas de los chiquillos”, todo se acababa olvidando. “Era lo normal en la convivencia cuando cada uno es de su padre y de su madre; pero, igual que digo eso, también digo que aquí se vivían muchas fiestas y bailes y que los vecinos nos preocupábamos los unos de los otros”, añade.

Marroquíes 6 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Esa preocupación se ha mantenido hasta nuestros días en ese lugar en el que quienes lo habitan mantienen las puertas abiertas casi todo el día. “Aquí nos encontramos unos con otros a diario, y si llevamos un tiempo sin ver a alguien, enseguida llamamos a su puerta para comprobar que está bien, que no le ha pasado nada”, detalla Ángela sobre el día a día vecinal en Marroquíes, 6, del que también son actores principales “Albia, Juan Carlos, Andrés, José, Antonio, Sergio y Manolo”, en un escenario en el que “cuando entras de la calle sientes una explosión de color, la que proporciona el lucimiento de las plantas”, sostiene Mari Ángeles. “Precisamente –añade-, ese es el motivo por el que son muy pocas las macetas pintadas (de azul); preferimos dejarlas de color barro para que luzcan las plantas, si las pintáramos, lucirían los tiestos”, añade esta experta en medicina natural que cultiva plantas para sus tratamientos en Marroquíes, 6, como se han hecho eco los prestigiosos diarios estadounidenses The Washington Post y Herald Tribune a lo largo de un reportaje publicado sobre los patios cordobeses. En ese reportaje, Mari Ángeles ha insistido en que “me gusta la naturaleza y vivir aquí es un modo de disfrutar de la naturaleza en pleno centro de la ciudad”, en ese trozo de la Córdoba más clásica de principios del siglo XX que ha sabido mantenerse vivo gracias a que su embrujo cautiva –como le ocurrió a ella cuando tenía 15 años- a quien contempla sus estrechas callejuelas perdidas entre un mar de flores.