San Lorenzo. Pedro Verdugo 8

Arquitectura antigua. Dimensión pequeña. Cuidadora: María de los Ángeles Flores. Participó en el concurso en 2022 por 10ª vez desde 2012. Máximo premio: Patio singular en 2015

A domingo, 29 de enero del 2023, por A. P.

Para María de los Ángeles Flores, Pedro Verdugo 8 es algo más que su casa, es el lugar en el que pervive la memoria de quien era para ella, y es, “la persona más maravillosa del mundo, Antonio Guarnizo, mi padrino”. De él la heredó. “No había otro como él. Era una persona muy buena, si la gente que vivía aquí no podía pagarle el alquiler, olvidaba la deuda; y cuando llegaba el cumpleaños o el santo de alguien, aparecía con regalos, con jamones, quesos…Voy a dejar de hablar de él, porque si no voy a llorar”, relata con voz dulce y ojos impregnados de nostalgia.

Antes que su padrino, el propietario fue un maestro, Gaspar Cortés, quien convirtió el inmueble en un centro de enseñanza para niños pobres. “Recogían a niños del barrio y les enseñaban a leer y a escribir”, explica María de los Ángeles, quien sostiene que Pedro Verdugo 8 puede datar de mucho antes del siglo XVIII. “También fue una especie de casa de acogida en la que las monjas clarisas cuidaban niños”, añade.

Pedro Verdugo 8 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Aunque reside en ella desde mediados de los 80, la vida de María de los Ángeles lleva muchísimos años más ligada a esa casa construida alrededor de un bello pozo árabe que está vestido con la pureza que le proporciona su encalado perfecto, la misma pureza con la que están teñidas las paredes del patio adornadas con macetas de color barro colgando sobre ellas y repletas de geranios y gitanillas. Ese santo y seña de la casa, el pozo, ubicado en la zona del antiguo arroyo de San Lorenzo, abasteció permanentemente de agua, tal y como ella relata, a la gente del barrio en una época, en los años 40, en la que Córdoba sufrió una gran sequía. Fue un signo más de ese espíritu de convivencia que siempre ha imperado entre sus vecinos y que se escenificaba, sobre todo, en el patio.

“El patio sigue siendo muy clásico, ya que siempre quise que se mantuviera parecido a como lo conocí de niña, desde que de muy pequeñita venía aquí a jugar. No obstante, aunque he tenido que reformarlo, no he tocado, por ejemplo, vigas o ventanas, y le he añadido elementos como el suelo de chinos”, detalla. “Las macetas que tengo repartidas por él conservan el aspecto del barro porque no me gusta pintarlas de colores, y tampoco puedo recargarlo de flores, puesto que es muy pequeñito; aparte de gitanillas y geranios, también tengo otras plantas como una dama de noche y buganvillas, que no llegan a crecer porque este es un patio muy sombrío, al contrario que los claveles, que se ponen preciosos”, apunta sobre la vegetación. Y, en ese afán por conservar todo lo posible lo que años atrás fue arquitectónicamente Pedro Verdugo 8, lamenta que se hayan perdido elementos como “una pila original de granito, una cocinita con muchísimas hornillas o unos azulejos de toreros que estaban en la escalera y que serían en estos tiempos piezas valiosísimas”. “Se trata de una tarea de mantenimiento complicada, costosa y cara”, insiste.

María de los Ángeles llegó a Pedro Verdugo para quedarse cuando el techo de la casa era de uralita, las paredes estaban bastante castigadas por el tiempo y aún habitaban en el inmueble “una señora soltera que vivía en dos habitaciones; una pareja de abuelitos con su hija y yerno; y otra pareja de abuelos que vivían solos y que tenían a sus hijos en Suiza y Burgos”, relata. “Vine muy jovencita y al año o así tuve a mi hijo, Carlos, que se pasaba de casa en casa, era el juguete de los abuelos”, explica, para recordar cómo cuando llegaba la Navidad “compartíamos fiesta en el patio en un ambiente familiar; cada uno aportábamos algo a esa fiesta”. “Es más –añade-, aquí se ha vivido un ambiente muy familiar desde hace muchos años. Recuerdo de cría, como anécdota, que se compartía lo que cada uno tenía, era una época de la que no olvido el botijo con las caperuzas de crochet del que todo el mundo bebía en el patio o aquella bota que pasaban para arriba y para abajo echando tragos de vino”.

Pedro Verdugo 8 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Le gusta ese tipo de ambiente familiar y por eso quiere convertir a Pedro Verdugo 8 en una casa de huéspedes con cuatro viviendas. “Aquí no tienes que salir a la calle para encontrarte con la gente, darle los buenos días, buenas tardes o buenas noches y que te inviten o invitar a un café, a cenar o a una tortilla de patatas si te ha salido bien, por ejemplo; todo eso lo tienes con sólo salir a la galería”, puntualiza. Ese tipo de experiencia es la que vive ahora con Jesús, la persona que también reside en el inmueble. “Mi casa es ideal para ello, para acoger incluso a esa gente que viene a Córdoba y que quiere sentir ese espíritu de convivencia entre personas de distintas familias que reinó en su día en los patios cordobeses”, destaca, porque para ella “mi casa entera es un lujo, un tesoro que nunca querría perder”.

Dentro de esa casa tiene otros dos tesoros, como resalta Jesús, el pozo árabe y un naranjo que va creciendo en una gran maceta y que es fruto de su constancia y paciencia. “Me dio por sembrar unos huesos con algodón y agua en vasos y, al final, después de muchísimo trabajo, sin esperarlo ya y tras tirar todos los que se iban muriendo, de buenas a primeras empecé a ver cómo comenzaron a salir tallitos”, explica. Ese germen de lo que luego fue el árbol fue transplantado a una maceta que acabó, junto a gitanillas y geranios, en época de reforma del inmueble, en la casa de la madrina de su hijo, que vive en el campo. “Luego, me volví a traer el naranjo, no lo quería perder”, sostiene. Ese árbol reina en un lugar visible del patio de Pedro Verdugo 8, un hogar “que es especial; mucha de la gente que viene de visita –relata- me dice que se siente muy a gusto entre estas paredes y que le cuesta trabajo irse porque se respira una paz que te invita a estar aquí, a quedarte”.