San Lorenzo. Alvar Rodríguez 11

Arquitectura moderna. Dimensión mediana. Cuidadores: María Prieto y sus hijos Fátima y Juan. Participó en el concurso en 2022 por 15 vez desde 2007. Máximo premio: 7º en 2016 y 2017

A domingo, 22 de enero del 2023, por A. P.

María Prieto siempre soñó con vivir en una casa con patio. Era algo así como su particular país de las maravillas. Las flores, como en el caso de su madre, “son mi pasión”, insiste. Fue durante su adolescencia cuando empezó a ser más fuerte ese deseo. “Tenía unos  15 ó 16 años; yo ayudaba a la abuela Josefa a preparar su patio para el concurso municipal”, argumenta. Ese recinto pertenecía a una casa de la cercana calle San Juan de Palomares, ubicada frente a un edificio en el que había un taller de platería en el que ella trabajaba. “Me iba allí con mis amigas Pepi y Paqui, y pasábamos horas y horas siempre juntas echando una mano”, resalta. “Empecé a sentir como propio ese disfrute que se experimenta cuando las personas que visitan el patio te dicen algo tan simple como que las flores están preciosas”, añade.

Ese sueño empezó a ser realidad cuando en 1999 compró la casa de Alvar Rodríguez 11 y encargó un proyecto para su rehabilitación. “La estructura que tenía era muy antigua y más que un patio había un callejoncillo que separaba las habitaciones, y un montón de váteres; era una especie de pensión que el antiguo dueño le alquilaba, sobre todo, a soldados”, explica. María lo tenía bastante claro: “al arquitecto le dijimos que queríamos que la casa tuviera un patio lo suficientemente singular como para concursar en el certamen municipal”, sostiene.

Precisamente, de ese sueño hecho realidad destaca su pozo de estilo árabe, encalado, con tejadillo a dos aguas y adornado con una imagen de San Rafael, que recuerda al del multipremiado y muy clásico patio cercano de Trueque 4. “Pozo ya había –relata-, y, por ciento, me han contado que hace muchos años alguien cayó dentro de él y permaneció bastantes horas sin ser rescatado; lo que hemos hecho es darle un toque más tradicional en lo que a su estructura se refiere”.

Como también destaca su suelo de enchinado cordobés. “Los patios con losa, que era otra opción que barajamos, no me hacen gracia”, puntualiza junto a uno de los laterales del recinto compuesto por una galería porticada que está sustentada por pilares de ladrillo visto. Y adelanta que lo único que le falta al recinto es una fuente. “Estoy buscando un modelo con aire de estilo antiguo”, detalla.

Alvar Rodríguez 11 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

María ha adornado ese complejo arquitectónico moderno con muchas de las macetas traídas de casa de la abuela Josefa, de quien también ha heredado algo de la estética de aquellos tiestos. “Suelo pintar las macetas de azul como homenaje a ella, que también las tenía de ese color en San Juan de Palomares; es más, pensé teñirlas de rojo, pero no lo hice porque a la abuela no le gustaba”, puntualiza.

Cuenta que presenta el patio a concurso desde 2007 y que a la hora de prepararlo durante mucho tiempo le ha ayudado Juan Ríder. “Además, me echa una mano, aunque está muy mayor, Pura, que también vive aquí”, destaca. “Cada año innovamos en la flora. Suelo cambiar las macetas de sitio y, sobre todo, darle un tono arco iris al patio combinando multitud de flores de distintos colores”, añade mientras su voz se pierde entre geranios, gitanillas, buganvillas, claveles… “Al final, con tantas horas y horas de trabajo como le dedicas, te sientes orgullosa de tus plantas y encantada cuando las ves florecer; es más, vives la vida de las flores. Ese trato continuo es como una escuela en la que las plantas van descubriéndote cosas nuevas; recuerdo que me pasó con un cactus, al que después de seis o siete años le vi una flor; no sabía ni siquiera que tuviera flor y acabé hasta pegando saltos de alegría”, resalta.

Para María, uno de las joyas más grandes y singulares que atesora el patio es otra de las herencias de la abuela Josefa: la flor de la retama. “Le llamo la flor de la abuela, tengo otras que también me traje de su casa, pero esta no quiero perderla nunca”, recalca esta mujer que da fe de que los sueños, como en el caso de la aventurera Alicia del cuento de Lewis Carroll, están para vivirlos.