A sábado, 11 de febrero del 2023, por A. P.
El catedrático de Botánica y exrector de la Universidad de Córdoba, Eugenio Domínguez, insistía en un artículo titulado ‘La flora en los Patios de Córdoba’ en que existen en el mundo descritas unas 400.000 especies de plantas con flores, de las que solo se cultivan en Córdoba, incluyendo parques y jardines, unas 600 que pertenecen a unas 130 familias botánicas. “Menos de la mitad se cultivan en nuestros patios. Es necesario señalar contundentemente que un patio no es un jardín botánico en miniatura, ni por su contenido, ni por su filosofía, pero sí una expresión de su flora ornamental. Solo unas pocas de las especies que se cultivan en ellos son propias de nuestros campos, una herencia romana o árabe, en las que el patio es una extensión de la huerta que nutre a los habitantes de la casa, ejemplo de ellas son el brusco (ruscusaculeatus), el acanto (acanthusmollis), o el boj (buxussempervirens)”, sentenciaba. Domínguez destacaba que en Córdoba “hay tres tipos y medio de patios, de verdes, de flores, mixtos y… patios sin patio”.
Los primeros, según el catedrático, son aquellos en los que abundan las plantas aparentemente sin flor, de color dominante en verde, las plantas son ricas en anchas hojas, cladodios y con mucho follaje, los géneros dominantes son dieffenbachia, colocasia, sanseveria, monstera, kentia y la siempre presente aspidistra lurida (pilistra), originaria de China, Himalaya y Japón, que, aunque no lo parezca, produce flores de color grisáceo en forma de escudo, de ahí el nombre del género, del griego aspidium, un pequeño escudo, y muy escondidas entre sus cladodios en la base de la planta que solo aparecen en las plantas cultivadas de tiempo en tiempo.
Domínguez sentenciaba que la pilistra es resistente, de larga vida vegetal, que se utilizaba popularmente como planta de interiores en Inglaterra victoriana, debido en gran parte a que no solo podía tolerar la luz solar débil, sino también porque toleraba la mala calidad del aire interior producido por el uso de lámparas de aceite y, más tarde, de gas de carbón. Cayó en desgracia en el siglo XX, no por casualidad, sino por el advenimiento de la iluminación eléctrica. Un exponente también de este tipo de patio es clivia minata, que en primavera con sus racimos de flores anaranjadas confiere un toque de color a tanto verde.
El experto en Botánica relataba que el patio de flores es la explosión efímera de color deslumbrante. “Dominan las gitanillas sudafricanas (decenas de variedades y formas de color y hojas), acompañadas de las buganvillas americanas y los dianthus (claveles), de origen incierto, entre muchas otras”, añadía. Mientras que apuntaba que el patio mixto es la suma de los dos, patio de primavera y resto del año, en el que a las especies anteriores se suman jazminun (jazmín), diamela, cestrum (dama de noche), citrus (naranjos), etcétera.
“Ultimamente todos los tipos de patios se están llenando, por razones de su fácil cultivo, nada que criticar, de plantas crasas (cactiformes) y que suelen florecer a final de primavera. Brasiliopuntia, chamacereus, lampranthus y zygocatustruncatus (el cactus de Pascua), son sus máximos exponentes”, relataba. Asimismo, explicaba que “el patio fuera del patio es un artefacto jardinero, en el que la falta de espacio interior lleva a las plantas a la calle, ficus, aspidistra, aloe, asparagus, hedera, chlorophytum (cintas), kalanchoe, etcétera, dominan este tipo”. “Una anécdota, el patio con menos especies botánicas de Córdoba es el patio de patios, el de los Naranjos, solo cuatro: palmera, olivo, ciprés y naranjo”, concluía.
En ese artículo, Domínguez puntualizaba “que nadie piense” que fueron los árabes quienes introdujeron las gitanillas “en nuestros patios, nada más lejos de la realidad, el mal llamado geranio pertenece a un cluster de especies, variedades y formas hortícolas que se incluyen dentro del género pelargonium (del griego pelargo, pico de cigüeña, por sus frutos), originarias de la región de El Cabo, en Sudáfrica, y que según parece fueron introducidas en el jardín botánico de Leiden a comienzos del siglo XVII y traídas hasta Holanda a bordo de barcos que procedían del Cabo de Buena Esperanza, y desde allí introducidas en el resto de Europa”.
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