La Magdalena. Plaza de las Tazas 11

Arquitectura antigua. Dimensión grande. Cuidadora: Cristina Bendala. Participó en 2022 en el concurso por 16 vez desde 1960. Máximo premio: Mención de honor en 1962 y 1963

Muy poco tardó Córdoba en seducir a una arquitecta sevillana nacida en Madrid –en 1946- llamada Cristina Bendala cuando en 1972 se trasladó a vivir a la ciudad califal. Corría un tiempo en el que la gente ya había iniciado un masivo éxodo alimentado de ansiada modernidad desde el casco antiguo hasta los pisos de los recién construidos barrios periféricos, un tiempo en el que ella realizaba un trabajo de investigación con el también arquitecto Juan Serrano gracias al que “me enamoré de Córdoba, de su casco histórico y de esa forma de convivencia que reinaba en esas zonas repletas de casas de vecinos como las que estábamos visitando para ese trabajo y que ya estaban casi vacías o cerradas”, comenta. Así, casi vacía, conoció la que es ahora su residencia, el número 11 de la Plaza de las Tazas. “Fue en 1976 ó 1977, no recuerdo bien, quedaba una pareja de viejecitos muy mayores malviviendo en medio de las ruinas; el patio estaba completamente hecho polvo, repleto de escombros cubiertos de hiedra y celindas, una especie de agujero asalvajado en medio de la ciudad con una entonces pequeña palmera”, detalla.

Plaza de las Tazas 11 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Cristina volvió a esa casa, “cuya primera vista me dejó conmocionada”, cuando en 1979 decidió que se iba a quedar a vivir en Córdoba y, tras una ardua labor de búsqueda de los herederos de ese inmueble -de quien tenía algún derecho en él-, lo compró. “Eran muchos, como solía ocurrir en ese tipo de casas, y no tan fáciles de encontrar”, sostiene. “Ocurrió en un momento en el que no se apreciaba en exceso la residencia en el casco antiguo, algo que a mí siempre me había interesado; yo era arquitecta y estaba en ese movimiento que había entonces de rehabilitación y revalorización del casco histórico”, insiste.

Como experta en formas, espacios y estructuras, decidió reconstruir la nueva Plaza de las Tazas 11 siguiendo el patrón de la antigua, “aunque añadí algunas cosas nuevas”, apunta. También plantó los árboles de lo que es ahora su pequeño y particular bosque, a excepción de esa altísima vigía, con sangre de savia, en la que el paso del tiempo ha convertido a aquella pequeña palmera que se encontró en el recinto y que data de los pasados años 40. “Siempre he deseado vivir debajo de los árboles, convivir con ellos”, anota. Para lograr ese deseo, ha introducido, entre otras especies, una morera injertada en el tronco de otro árbol en la que las flores no progresan hasta convertirse en moras, sino que se le caen e inmediatamente se vuelve a llenar de hojas. “Y también –como destaca- un ciprés que puse cuando se casó uno de mis hijos, una parra de décadas que cubre la terraza, una jacaranda algo más joven, un ya viejo drago, un singular bambú, un rosal que da rositas pequeñitas, un jazmín azul en macizo -junto a la alberca- y una magnífica buganvilla”.

Plaza de las Tazas 11 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Además de recuperar y darle una especie de aspecto de mini selva a ese recinto, Cristina ha conseguido rescatar del olvido también buena parte de su memoria histórica. “A finales del siglo XIX, lo que antaño fue un antiguo picadero de caballos en La Magdalena pasó a ser una casa de vecinos, convirtiéndose las cuadras en habitaciones encaladas y preparadas para acoger a familias completas cada una de ellas; en total, eran casi una veintena de habitaciones, por lo que en el inmueble llegaron a habitar casi un centenar de personas a la vez”, explica. Como buena investigadora, ha bebido de las fuentes más fiables: los antiguos vecinos de Plaza de las Tazas 11 o  sus descendientes. Es el caso de María Martínez Serrano, nacida en la casa, quien, llegada de Barcelona, la visitó aportándole historias personales y de su familia en ese lugar en el que las plantas y las flores en macetas y pequeños arriates llenaban todo el espacio posible y hasta escalaban por las paredes, y en el que lavar y cocinar lo hacían siempre las mujeres acompañadas las unas de las otras mientras cantaban o escuchaban coplas en la radio. “Era gente muy humilde y solidaria; todos contaban con todos”, señala. También es el caso de Charo Flores Medina, quien le contó, entre otras cosas, que su tía Pepita Medina fue ‘Miss Patios’. Esos modos y estilos de vida, quedan patentes y reconstruidos para la posteridad en un collage que Cristina tiene colgado en el gran zaguán de entrada a la casa y que está compuesto por fotografías de aquellos que un día la antecedieron en Plaza de las Tazas, 11.

Plaza de las Tazas 11 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

“Esta casa tiene y transmite muy buena energía, muy buenas vibraciones y sensación de armonía; algo especial que tiene que ver con la gente que ha crecido aquí”, insiste. De ello da fe una numerosa familia que, para su sorpresa, llamó un día a su puerta con la urna de las cenizas de una antigua vecina que había residido en la casa y que le pidió, con éxito, poder celebrar allí su despedida. Fue el año en el que pensó volver a inscribir el patio en el concurso municipal, certamen en el que ha obtenido a lo largo de su historia, entre otros, el primer premio en 1961.

Cristina también ha recuperado el clima de convivencia de aquellos tiempos en los que su casa era una casa de vecinos. No duda en organizar en el recinto actos sociales y culturales para ello, alguno de los cuáles está inspirado en los celebrados entonces, como una fiesta flamenca navideña aliñada con dulces típicos preparada a modo de las de una ya pretérita época que, no sólo por sus pinceladas arquitectónicas, sino “también por las relaciones personales”, le sigue apasionando.