Judería. Céspedes 10

Arquitectura antigua. Dimensión mediana. Cuidadores: Rosario, Dolores e Ildefonso Torrealba. Participó en 2022 en en concurso por 19ª vez desde 1967. Máximo premio: Mención especial en 2011

A viernes, 3 de febrero del 2023, por A. P.

Como si se tratara del omnipresente Gran Hermano que definió George Orwell en su novela ‘1984’, ese ojo que todo lo ve, los ojos de la Mezquita han contemplado sin perder detalle ubicados como vigías en ese cielo que se divisa desde el patio de Céspedes 10 casi todo lo que en ese recinto con alma de verde clorofila y espíritu castrense ha acontecido a la familia Torrealba Mérida. La majestuosa torre campanario de la Catedral -como Rosario y Loli, las dos mujeres de esta familia, explican- forma parte indisoluble de la estampa de este patio. “Desde ningún otro se ve”, detallan. Lo único que ese Gran Hermano se pierde son las vivencias acontecidas cuando Rosario o Ildefonso –que son la mayor y el pequeño de la familia y quienes ahora viven en la casa- echan el toldo para protegerlo del calor.

Cespedes 10 / Foto: Chencho Martínez

Han pasado ya muchas décadas desde que los ojos de la Mezquita fueron testigos de cómo el patriarca de los Torrealba Mérida, Ildefonso (a quien llamaban Alfonso), se mudó a Céspedes 10, tras quedarse huérfano en la Guerra Civil, para vivir con un tío suyo que era militar y que habitaba en esta casa “cuyo primera inscripción en el registro de la propiedad detalla que data de 1768”, relata Rosario. Más tarde, en 1952, la Mezquita presenció cómo a ese hogar se sumaba Guadalupe, tras casarse con Alfonso, y cómo en 1953 se escuchaban las risas de una bebé, de la propia Rosario. Hasta en cinco años distintos vio pasar por ese patio a la comadrona para ayudar a traer a este mundo a los Torrealba Mérida. “Todos nacimos en esta casa –explica-, primero yo, y después mis hermanos Paco, Loli, Pepe e Ildefonso, al que también, como en el caso de mi padre, llamamos Alfonso”.

Guadalupe siempre prefirió el tipo de patio verde, el repleto de plantas de pocas flores, aunque hacía una excepción con gitanillas y geranios. Esas plantas adornaban un recinto de estructura cuadrada, en el que no falta una galería formada por dos arcos de ladrillo visto, que se convertía cada verano en una piscina improvisada para el disfrute de los pequeños. “Era nuestra playa particular”, explica Rosario. La Mezquita no perdía detalle de cómo en ese espacio con pequeños arcos que parecían algo así como sus propios hijos, por estar “pintados de un rojo oscuro” similar al de los del interior del monumento, “mi madre tapaba con trapos los caños y la flor de la regadera nos servía de ducha improvisada”, relata.

Con la curiosidad propia de chiquillos, oían hablar a su padre de un lugar misterioso al que se accede por el patio y que siempre se ha escapado a la vista del Gran Hermano catedralicio. “La joya arquitectónica del patio –insiste Rosario- es el sótano, que entonces estaba prácticamente cegado por escombros y que mi hermano Alfonso ha ido limpiando”. En el sótano se han encontrado una pila de lavar de origen árabe, un pozo, un aljibe, una cocina y un pilón. Todos estos elementos le dan un aspecto único de bella catatumba de tiempos romanos.

Cespedes 10 / Foto: Chencho Martínez

Entre juegos y vida plena estival a los ojos de la Mezquita, los Torrealba Mérida iban creciendo a la par que algunos de ellos se impregnaban del espíritu castrense del patriarca de la familia, “que era militar y trabajaba como ATS en el Hospital Militar de Córdoba; mi hermana Loli también trabajó en ese lugar”, explica Rosario, quien decidió hacer Magisterio. Tampoco Ildefonso siguió los pasos de su padre, pero sí lo hicieron Paco, “que está en la base aérea de San Javier, en Murcia”, y Pepe, “que es militar en Castellón”, cuenta Loli.

Hubo un tiempo en el que no faltaban en el recinto las macetas pintadas, algunas de rojo y otras de gualda, “componiendo la bandera de España”, y en el que Guadalupe las engalanaba con gran esmero año tras año para el concurso municipal. “Eso fue hasta que en 1971 mi padre cayó enfermo”, relata Loli. “No lo volvimos a presentar hasta después de que murieran él y mi madre; o sea, no volvió a entrar en concurso hasta 2010”, añade Rosario. Desde entonces, de él se ha escrito que entre su variedad floral destacan jazmines, diamelas, gitanillas, buganvillas, geranios, damas de noche, helechos, hortensias, cintas, begonias…

No falta un mosaico de San Rafael custodiando un patio que “no era de fuente, sino de pilón”, insiste Rosario, hasta que un día Pepe decidió regalar a sus hermanos una de dos platos, con motivos labrados, que llegó a Córdoba dividida en “pesadísimas piezas y que decidimos colocar en un rincón” con la intención de que no impidiera en verano despejar de macetas el centro del recinto y colocar una mesa sobre su suelo ajedrezado para hacer vida bajo las miradas de la Mezquita y de ‘La mujer cordobesa’ que, inmortalizada por Julio Romero de Torres, posa con arte enmarcada en su cuadro agarrada a una guitarra y junto a una botella de vino de la tierra. No es lo único relacionado con el manjar heredado del dios Baco que hay en la casa. A otras botellas de caldos cordobeses, catavinos y pequeños barriles que pueblan el recinto, se suma la vinacoteca que Ildefonso ha montado en Céspedes 10, “y que tiene una gran selección de los mejores vinos de España”, asevera Loli, mientras la Mezquita, como ese Gran Hermano que todo lo ve, sigue asomando perpetuamente su torre, como vigía, sin perder detalle de lo que acontece en el patio de los Torrealba Mérida.