Alcázar Viejo, San Basilio 20

Arquitectura Moderna, dimensión pequeña. Cuidadores: Francisca Hidalgo del Moral, Juan Jiménez e Isabel Martínez. 7º Premio en 2019

A domingo, 15 de enero del 2023, por A.P.

Para Juan Jiménez y su pareja, Isabel Martínez, su patio, el del número 20 de la calle San Basilio, es pasión. San Basilio 20 es una antigua casa de vecinos dividida en dos partes que Francisca Hidalgo, la madre de Juan, ha convertido en un mini museo en el que da rienda suelta a su gran pasión, la arqueología. Francisca estudió Restauración Arqueológica en la antigua Escuela de Artes Aplicadas y eso se nota en este pequeño recinto que es un acopio de reproduciones e históricos capiteles, basas, fustes  y columnas de distintas épocas. Algunos de estos elementos, los de acarreo, los ha conseguido de casas derribadas. Tiene, por ejemplo, un capitel renacentista, otro que es una copia de uno de Medina Azahara, y columnas romanas. El patio está rodeado por seis arcos, mejorando éstos la luz natural del mismo, dichos arcos estaban hace algunos años acristalados. Adosado a un lateral de éste patio un antiguo abrevadero recoge el agua de una fuente. El suelo presenta el típico chino cordobés junto con losas de barro.

Nacida en Fernán Núñez, Paqui –como familiarmente se le conoce- se mudó a Córdoba para estudiar Enfermería. De la Campiña Sur se llevó una idea fija hasta la capital: quería vivir en una casa y no en un piso. Hasta que la consiguió, residió en el Sector Sur. Cuenta que San Basilio 20 era del Obispado; y que la casa la compraron entre su hermano Juan y ella, la restauraron intentando conservar lo máximo posible y la dividieron en dos. En esa división, construyeron un muro que separó el patio original, al que daban todas las habitaciones del edificio, en dos patios exactamente iguales en dimensión. Luego, pusieron una cristalera en la galería de nuestra parte de patio para aislarse de los fríos del invierno. Muy cerca de esa vidriera, un limonero trepa de manera torpe por la pared siguiendo las órdenes dictadas por una vieja técnica árabe con la intención de que, en ese recinto tan pequeñito, al estar en espaldera, quite poca luz y refresque la pared en verano. Cuenta que es un patio pequeñito, por lo que no tiene muchas macetas, ya que si no daría la sensación de que se le va a caer encima; además, intenta no tapar los elementos arqueológicos, por lo que los tiestos están estratégicamente puestos y le dan un poquito de color, sobre todo verde, al recinto, pero no en exceso.

Con esa estrategia de la colocación vegetal por bandera, la hiedra trepadora, por ejemplo, esconde parte de una columna romana sin deslucirla, y respeta el espacio que ocupa en el muro una fuente conformada como un singular puzle arquitectónico. La parte de arriba de la fuente es un abrevadero –detalla Paqui-, mientras que en la de abajo hay distintos materiales de acarreo comprados de casas ruinosas. Es una copia de la fuente que hay en la Cuesta del Bailío. También otras plantas -como helechos, costilla de Adán y azaleas- respetan el espacio de un pozo árabe al que castigó el paso del tiempo. Estaba muy destrozado y lo tuvieron que someter a una gran reconstrucción. El mismo paso del tiempo había tapado en el techo del zaguán-galería el colorido de un artesonado cuyo dibujo de siglos ha recuperado gracias a su amor por el arte, al igual que ha devuelto a la vida un trozo de mosaico romano que ahora cuelga de las paredes del patio y que permanecía escondido como material de relleno en uno de los muros derribados de la antigua casa. Todo ello compone un lugar mágico en el que ahora juega uno de sus nietos, Luis, como ya lo hiciera su propio padre, Juan, y su tía, Isabel. Se mudaron a vivir a San Basilio 20 en 1979; su hijo Juan tenía apenas un mes, “e Isabel, tres añitos”, recuerda. En las tareas de cuidar el patio es fundamental el trabajo de su hijo, quien se esmera a la hora de prepararlo para el Concurso Municipal, certamen en el que han participado intermitentemente, cosechando, entre otros reconocimientos, un séptimo premio en 2019 y un accésit en 2004.

Para ella, el mayor tesoro de ese recinto porticado -en el que además ha colocado suelo con losas de chino cordobés y barro y zócalo con delfines y ladrillos visigodos- es la tranquilidad que le proporciona; le da una paz inmensa el simple hecho de sentarse a contemplarlo. Es muy vivido y disfrutado. Paqui cuenta que como el patio es pequeñito y tiene las paredes muy altas, da poco la luz, por lo que en invierno, por ejemplo, sólo puede poner nada más que plantas verdes mientras las de flor las tengo en la azotea hasta que llega el buen tiempo. De la vegetación destaca “la costilla de Adán; tiene mucha, porque en el patio siempre se ha criado muy bien”, y ese mini olivo que se aventuró a plantar un día y que descansa sobre uno de esos, también en este caso, diminuto capitel que forma parte de ese conjunto museístico en el que ha convertido el patio fruto de su pasión por el arte del pasado.