Alcázar Viejo. Postrera 28

Arquitectura antigua. Dimensión pequeña. Cuidado: Rafael Córdoba. Participó en el concurso en 2022 por 31 vez desde 1987. Máximos premios: 1º en 1990 y 1997

A martes, 17 de enero del 2023, por A. P.

El patio de Postrera, 28 mantiene el espíritu de Adoración Córdoba Caballero, la mujer que durante años y años puso, callada y abnegadamente, todo su amor en su mantenimiento y cuidado. “Mi tía Dori era una artista en ese aspecto; aprendí mucho de ella y sigo la línea que ella marcó”, cuenta Rafael Córdoba, quien se crió y vive en esta casa que, “según distintos arqueólogos, es del siglo XVI”, mantiene. “Mi abuelo, Emilio Córdoba Caballero, la compró a principios de la pasada década de los 70 y se conserva poco más o menos como entonces en cuanto a estructura, con un patio que atesora el estilo más clásico de los patios cordobeses de toda la vida”, añade.

Postrera 28 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Tras la adquisición del inmueble, –antigua casa de vecinos que aún tenía inquilinos-, a Postrera, 28 se trasladaron “los abuelos, Emilio y Juana; mi padre -también llamado Emilio- y yo; la tía Dori y sus dos hijos; y el tío Lolo”, cuenta Rafael, quien recuerda “aquellos peroles con cantes y bailes que se organizaban en el patio cuando yo era chico, y que yo sigo celebrando de vez en cuando; aquí además hemos festejado las comuniones de mis primos y las nochebuenas, por ejemplo, siempre compartiéndolo todo”, detalla. “Era otro tiempo, en el que los vecinos se ayudaban mucho más que ahora, hasta prestándose macetas si a alguno le hacía falta para el concurso municipal”, matiza.

Su profesión como oficial de primera de la construcción “me permite no equivocarme” a la hora de insistir que el suelo del recinto “es el de toda la vida de los patios cordobeses, de empedrado, de piedra gorda, a pesar de que se cometiera la torpeza de tapar con mezcla las zonas que se iban deteriorando porque no había dinero para más” en esta familia de pintores. Y su oficio como jardinero en el Alcázar de los Reyes Cristianos, además de las enseñanzas heredadas de su tía Dori, lo avalan a la hora destacar que “no puedo convertir el patio en una selva llenándolo de macetas y flores, porque es muy pequeño y me lo cargaría”. En ese recinto en cuyo zaguán cuelgan numerosos cachivaches antiguos y que conserva las vigas de madera del techo, una añeja pila lavadero y un pozo “con mezcla de romano y árabe, que tiene ocho metros de profundidad y que no he visto nunca seco”, Rafael tiene geranios, gitanillas, calas, margaritas, rosales, espiga del señor, “calas preciosas, la flor de la gamba más grande del barrio”…plantas que crecen como inquilinas en macetas teñidas añil. “Mi tía Dori pintaba los tiestos de verde y (el escritor y poeta) Antonio Gala le aconsejó que cambiara el verde por el añil, que le iba a dar aún más magia al patio; cuando ella falleció, decidí seguir el consejo de Antonio Gala”, relata.

Postrera 28 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Esa magia la han podido comprobar las numerosísimas personas que al año pasan por este patio que en el certamen municipal ha cosechado, entre otros galardones, dos primeros premios, en 1990 y 1997; segundos, en 1992, 1995, 2001, 2003, 2006 y 2012; un tercero, en 2000; cuartos, en 1989, 1991, 1993 y 1994; un quinto, en 1996; y accésits, en 2002, 2004, 2010 y 2011. También ha obtenido el premio a la iluminación -en 1998 y 1999- este recinto que “cuando lo miras por la noche, bajo la luz de la luna, te proporciona paz y parece trasladarte a otro lugar y a otro tiempo, algo que me reconoció, por ejemplo, una familia italiana que vino a visitarlo”, indica.

Pozo de Postrera 28 / Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

“Mi tía preparaba el patio con muchísima ilusión a la hora de presentarlo al concurso y, aunque siempre hemos sido una familia humilde, a ella no le importaba el dinero que le pudieran dar, se conformaba con un qué bonito lo tienes, Adoración, de la gente”, insiste Rafael, añadiendo que él, como Dori, siempre tiene las puertas abiertas de Postrera, 28 para “quien quiera disfrutar del patio”, un lugar en el que “mi tía tenía una mano especial con las flores, cada vez que pinchaba una gitanilla o un geranio, agarraba sin problemas, algo que a veces no es tan fácil”, puntualiza. Como tampoco es fácil “evitar, en algunos momentos, que si tienes 300 macetas se te acaben yendo 70 casi sin darte cuenta víctimas de los insectos o de el calor”, cuenta. Rafael tiene la pócima mágica perfecta para intentar evitarlo: imitar las enseñanzas de la tía Dori en ese recinto que conserva “y siempre conservará” el espíritu de quien fue una maestra en el trabajo de su mantenimiento y cuidado.