A lunes, 30 de enero del 2023, por A. P.
Una infinitamente finita pared acuna orgullosa a centenares y centenares de tiestos rojos donde gitanillas y geranios respiran risueños como si la existencia en Martín de Roa 9 discurriera encarnada en granaínas, fandangos, alegrías, saetas o serranas de la inmortal cantaora cordobesa María La Talegona. Sus siete viviendas y muros a distinto nivel –que delimitan el patio- componen un tablao de la vida en el que cuatro familias habitan. “Yo vivo aquí desde los años 70”, explica María Torres. “E Isabel (Rodríguez), desde un poco más tarde”, añade la propia María como si sus palabras formaran parte de la letra de una soleá de José Moreno ‘Onofre’, soleá que parece tornarse en una siguirilla de Antonio Fernández Díaz ‘Fosforito’ para contar que “los orígenes de esta casa de vecinos se remontan al siglo XVIII, época en el que era una posada”, según apunta Manuel García.
“Todavía quedan argollas en las paredes, en las que quienes se hospedaban aquí ataban a sus bestias (caballos, burros o mulos); muchos de ellos venían a la feria de ganado que se celebraba al lado del cementerio de la Salud”, puntualiza Isabel antes de que la guitarra de Vicente Amigo pueda viajar en el tiempo para regalar punteos que ambienten aquella ya remota escena que recuerda la propia Isabel en la que “una becerra se metió en esta casa y ya no salió, ya que la trincaron los vecinos y se la comieron” sin esperar a que Juanito Maravillas entonara un martinete desde su Villaviciosa natal; o aquel otro episodio surrealista en el que “un ladrón, esposado y todo, saltó uno de los muros de la casa con la policía detrás pidiendo que lo detuviéramos”, escena a la que sólo le faltó el Niño de la Mezquita arrancándose por bulerías.
Por bulerías del terruño también, pero a cappella y con aroma a caña y verdial, Manuel Verdejo imita al Niño de San Lorenzo sobre el tablao de chino cordobés con una rapeada estrofa que comienza con un “tenemos un pozo en el que puede haber hasta cocodrilos, después de que a una vecina le diera por tirar en él todo lo que pillaba”, pozo árabe que adorna el que un día fue “el patio del chopped, porque las flores estaban en latas de tomate o de chopped, en vez de en tiestos” mientras al otro lado de la pared, en un ex descampado??, las parejas se entregaban intermitentemente al amor ciego y apasionado –como apunta Isabel- envidiadas por unas peteneras nacidas de la garganta del belmezano Antonio Santos Tapia ‘El Sota’.
Eran tiempos en los que Rafael Mesa ‘El Guerra’ empezó a poner banda sonora a las misas flamencas en Córdoba y en los que en Martín de Roa, 9 una vecina con más de 80 años “siempre vestida de gitana y que llamaba geranos a los geranios”, como relata Isabel, bailaba y bailaba como una posesa madura majorette, “taconeando al estilo Lola Flores” en las fiestas jondas que se vivían en el patio sin necesidad de que las cuerdas de las guitarras de Juan Serrano o Paco Peña lanzaran al cielo notas que enamorarían a “don Juan Pareja Olmo, practicante de los de antes, lo que ahora llaman ATS, a quien temíamos cuando aparecía con aquellas artesanales jeringas que cocía para desinfectarlas antes de ponerte la inyección. Don Juan fue, hasta su muerte, el dueño de esta casa y, como no tuvo herederos, se la acabó dejando al Obispado de Córdoba”, comenta la propia Isabel.
Tiempos en los que Cayetano Muriel ‘El Niño de Cabra’, Antonio Ranchal (de Lucena), José Bedmar Contreras ‘El Seco’ (de Puente Genil) y Rafael Gómez Márquez ‘El Lucero’ (de Montilla) ya eran historia viva del cante cordobés y Martín de Roa, 9 se transformaba en alegrías para escribir con letras de oro la suya propia en el concurso municipal de patios, donde suele salir a galardón por año –atesora ya decenas- gracias a la belleza incuestionable que aportan y han aportado, no sólo sus geranios y gitanillas, sino también claveles, pericones, esparragueras, begonias, buganvillas, espina del Señor, jazmines, rosales, hortensias, la flor del incienso…belleza repartida en más de 1.500 macetas y reconocida con, entre otros premios, el primero, en 1984, 1991, 1994, 2002 y 2003; el segundo, en 1989, 1996, 2009 y 2013; el tercero, en 1990, 1992, 1995 y 2006; el cuarto, en 1985 y 1986; el quinto, en 1980; el sexto, en 1979; y accésits, en 1987, 1988, 1993 y 2012; además de una mención de honor, en 2004; el premio a la variedad floral, en 1997, 1998 y 1999; y el de aprovechamiento de elementos, en 2001.
Bella vegetación toda ella a la que se le murió algo en el alma, como salida de un triste tiento o toná de Manuel Moreno ‘El Pele’, cuando la eternidad decidió en 2013 hospedar para siempre a Juan Rodríguez ‘El Langosta’, quien nacido en Santa Marina y criado en el Alcázar el Viejo, vivió su vida dedicándole horas y horas al cuidado de su patio, por el que profesaba tanta pasión como aquel toro pintado de amapola y aceituna sentía por la luna. Ahora, mucho más allá de esa luna y de las estrellas, El Langosta presume de esa infinitamente finita pared que acuna orgullosa a centenares y centenares de tiestos rojos donde gitanillas y geranios respiran risueños como si la existencia en Martín de Roa, 9 discurriera encarnada en granaínas, fandangos, alegrías, saetas o serranas de la inmortal cantaora cordobesa María La Talegona.
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