A miércoles, 15 de marzo del 2023, por JUAN M. NIZA
Queremos compartir hoy unos segundos de imágenes tomadas por Chencho Martínez de la primera bóveda de flores del año en Córdoba. El vídeo está tomado en una finca de almendros, que por cierto es el cultivo agrícola que, proporcionalmente, más éxito y mayor superficie está teniendo en la provincia en la última década.
El lugar está aproximadamente a 7 kilómetros por la carretera de Guadalcázar, al Oeste de la ciudad, en el paraje de La Veguilla. Como en línea recta esta zona apenas dista cuatro kilómetros del Conjunto Arqueológico de Medina Azahara (por cierto, Patrimonio de la Humanidad igual que la Fiesta de los Patios de Córdoba), es imposible no recordar aquel relato de Ibn Arabi (1.165-1.240) que se transformó en leyenda.
Todos los cordobeses conocen la historia, pero no está de más compartir el relato una vez más: Se cuenta que la bella concubina granadina Al-Zahara (la Resplandeciente, la Brillante, que eso significa esa palabra árabe) había enamorado como ninguna de su harem el corazón del más poderosos de los califas omeyas, Abderramán III, que hasta le puso ese nombre a la ciudad palaciega que construyó. Un día, vio cómo Azahara lloraba apesadumbrada mirando a la Vega de Córdoba y a las negras colinas que se mostraban, añorando el paisaje de Granada y las cumbres nevadas antes de la llegada de la primavera. Tanto entristeció el pesar de Azahara al califa que, en principio, quizo ordenar que se allanara el terreno frente a la ciudad. Pero aconsejado por los sabios, el Príncipe de los Creyentes entendió que aquello era ir contra la voluntad de Alá, que había creado los cerros y el valle. Sin embargo, el califa llamó desde Qurtuba a Shams, el viejo y sabio jardinero que había diseñado los jardines de la ciudad palatina, que le ofreció una solución: plantó las colinas de almendros traídos desde Murcia, cuya flores coinciden en los meses de enero a marzo con las nieves de las blancas cumbres de la tierra natal de Zahara.
La verdad es que la leyenda no es original, y ya se contaba con anterioridad de un rey mesopotámico varios siglos antes y en términos parecidos. Sin embargo, ello no quita belleza al relato ni méritos al corazón de poeta del califa Omeya, que junto a su inmenso poder no dejaba de estar atento al menor anhelo de su amada. Y es que si los sabios, investigadores, literatos y juristas en la Córdoba Omeya puede que no lo inventaran todo, sí fueron los que, mejor que nadie en la historia, supieron traer desde el resto del mundo su ciencia y su poesía a Europa.
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